La Revuelta - Colectiva Feminista
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Teoría Feminista




La teoría feminista es, ante todo, una teoría crítica de la sociedad. En palabras de Celia Amorós (2007), es una teoría que irracionaliza e inmoraliza la visión establecida de la realidad. Si analizamos la raíz etimológica de teoría, que en griego significa ver,  subrayamos que el fin de toda teoría es posibilitar una nueva visión, una nueva interpretación de la realidad, su resignificación.


La teoría, nos permite ver cosas que sin ella no vemos, el acceso al feminismo supone la adquisición de un nuevo marco de referencia, “unas gafas” que muestran a menudo una realidad ciertamente distinta de la que percibe la mayor parte de la gente. 


Una de las cuestiones centrales que ha tenido y tiene que afrontar el movimiento feminista es el hecho claro de que muchas mujeres no aceptan la visión feminista de la realidad. Tal y como lo enunciara Mary Wollstonecraft, hace ya más de dos siglos, el hecho de que las mujeres parecieran dedicarse más a sacar brillo a sus cadenas que a tratar de sacudírselas. 


En esta cuestión el feminismo coincide con los otros movimientos sociales, buena parte de su sentido y acción se dirige a mostrar, explicar, hacer explícito o visible ese conflicto para la opinión pública. Así, por ejemplo, el movimiento ecologista trata de problematizar o redefinir situaciones que, como la destrucción de los recursos naturales o el maltrato a los animales continúan definiéndose como naturales, inevitables o consustanciales al rango superior y al progreso de la especie humana.


En este sentido preciso todos los movimientos suponen la subversión de los códigos culturales dominantes. Pero, tal vez la peculiaridad del feminismo resida en lo que ya señalara Kate Millett, en que el feminismo desafía el orden social y el código cultural más ancestral, universal y arraigado de los existentes en sus diversas manifestaciones (Millett, 1995).


En este caso las investigaciones más recientes parecen avalar las hipótesis de las primeras teóricas, a la fuerza más intuitivas (y creativas). Según éstas, la ideología patriarcal está tan firmemente interiorizada, sus modos de socialización son tan perfectos que la fuerte coacción estructural en que se desarrolla la vida de las mujeres presenta para buena parte de ellas la imagen misma del comportamiento libremente deseado y elegido. 


Estas razones explican la crucial importancia de la teoría dentro del movimiento feminista, o dicho de otra manera, la crucial importancia de que las mujeres lleguen a deslegitimar “dentro y fuera” de ellas mismas un sistema que se ha levantado sobre el axioma de su inferioridad y su subordinación a los varones.


La teoría feminista tiene entre sus fines conceptualizar adecuadamente como conflictos y producto de unas relaciones de poder determinadas, hechos y relaciones que se consideran normales o naturales, en todo caso, inmutables. Aquellos de los que se suele afirmar que “siempre ha sido así y siempre lo será”, en expresiones tales como “la prostitución es el oficio más viejo del mundo” o “los hombres siempre serán hombres y eso no hay quien lo cambie”, en referencia a las causas de la violencia contra las mujeres.


La teoría feminista indaga en las fuentes religiosas, filosóficas, científicas, históricas, antropológicas, artísticas y también en el llamado sentido común, para desarticular las falsedades, prejuicios y contradicciones que legitiman la dominación sexual.


Este cuestionamiento de la realidad patriarcal puede analizarse como una sucesión de pasos o momentos teóricos y prácticos, colectivos e individuales:

  1. En un primer momento hay que definir una situación como problemática, injusta e ilegítima,
  2. En un segundo momento habría que encontrar las causas de esta situación, sean culturales, económicas, etc., o establecer lo que se ha denominado la atribución de la responsabilidad.
  3. En un tercer momento el feminismo ha de ser capaz de articular propuestas alternativas: no sólo hay que definir una situación como injusta hay que difundir también la conciencia de que es posible cambiar la sociedad y, en última instancia, universalizar esta conciencia, desarrollar la imaginación feminista suficiente como para hacer irrenunciable esa sociedad nueva, para mostrar cómo todos los seres humanos se beneficiarán del cambio. Y respecto a esta última afirmación podemos añadir que mantener que todos los seres humanos se benefician de un cambio no está en contradicción con que algunos colectivos pierdan privilegios, porque obviamente los varones pierden y perderán numerosos privilegios ilegítimos según avance el feminismo.


Desde este doble nivel micro-macro la práctica del movimiento feminista se ha desarrollado conjugando ambos tipos de acción, individual y colectiva, con el fin de socavar la doble reproducción del sistema patriarcal, dentro y fuera de las personas, en el espacio privado y en el público, para romper la dinámica de refuerzo mutuo entre las prácticas de la vida cotidiana y las macroestructuras económicas, políticas e ideológicas.


Ha supuesto además la constitución de una identidad colectiva feminista, un Nosotras articulado en función de los intereses específicos de las mujeres como mujeres, capaz de abstraer las profundas diferencias que por fuerza ha de tener un sujeto colectivo que afecta a la mitad de la humanidad (Valcárcel, 2003). Al contrario, las reivindicaciones de las mujeres son el resultado visible y final de intensos procesos colectivos de elaboración de nuevos marcos de injusticia.


Diana Maffía(1) sostiene que ‘Feminismo’ por otra parte, significa feminismo, y no meramente una descripción de la identidad femenina. Significa fundamentalmente compromiso práctico, compromiso emancipatorio. El feminismo es una posición política, y no una mera preocupación por conocer qué les pasa a las mujeres. Los plurales, por su parte, reconocen la diversidad de perspectivas contemporáneas sobre ambos tópicos.


Sostiene Maffía: “Si debo dar una definición de 'feminismo' que comprenda este carácter político que considero fundamental, y sabiendo que corro el riesgo de generar una polémica, lo haría del siguiente modo: Consideraré feminista a la persona (no necesariamente mujer, y por cierto no toda mujer) que acepta tres enunciados, uno descriptivo, uno valorativo y uno práctico.


El enunciado descriptivo es que en casi todas las sociedades, y en aspectos que hacen a la dignidad humana, las mujeres están peor que los varones.


El enunciado prescriptivo, es una afirmación valorativa: es que esto no debiera ser así. Una afirmación prescriptiva no nos dice lo que ES sino lo que DEBE ser, no lo describe sino que lo valora. Podría resumirse en la idea ‘no es justo que esto sea así’. O podría decir: ‘no es justo que esto sea así qué barbaridad!, ¡qué mal que están las mujeres!’. Nadie diría que una persona que contempla pasivamente lo mal que están las mujeres, por eso solo es feminista.


El enunciado práctico (vinculado a la praxis) es que tengo la obligación moral de comprometer mi acción para evitar que esto siga así y colaborar para que cambie. Un enunciado de compromiso: ‘estoy dispuesta o dispuesto a hacer lo que esté a mi alcance para impedir y evitar que esto sea así’.  Donde lo que está a mi alcance tiene variantes: militar con una pancarta, promover otras relaciones entre amigos y amigas, en las escuelas, en el ámbito más privado, etc.


En “Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica” (Instituto Arendt)

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